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miércoles, 20 de enero de 2010

LA BRUJA DEL ÁTICO

Al final de la escalera se hallaba un mundo de intriga y misterio. Pertenecía a un edificio grande de antigua construcción y situado en el barrio de Triana. Unos cinco siglos de historia padecían ya sus cimientos, pero a pesar de sus continuas reformas, su destino sería inevitable: le quedarían pocos años hasta desaparecer. Sin embargo, guardaba en él la historia de sus inquilinos. Historias de la vida cotidiana, anónimas o conocidas solamente por los vecinos más cercanos y sus alrededores.
La escalera había sido construida de madera. Con el paso de los años sus escalones se fueron deformando y algunos crujían o se movían un poco al pisar sobre ellos. Esto nos hacía caminar con extrema precaución. Subiendo la escalera llegábamos a un pequeño descansillo donde se hallaban sólo dos puertas. Una, a la derecha, daba paso a la azotea y la otra, a la izquierda, un poco más pequeña, o así la recuerdo yo, pertenecía a un ático cuyo acceso estaba impedido por un candado. Este ático nunca lo llegué a ver habitado por nadie, pero me contaron que hacía ya mucho tiempo que no tenía ningún inquilino. Y no fue sólo por el deterioro de los años, sino por su leyenda lo que hizo que nadie quisiera volver a ocuparlo. De pequeña, mi curiosidad y la de mis amigos nos hacía ir a mirar por el agujero de la cerradura para adivinar qué podría haber tras esa puerta tan vieja y que ocultaba una habitación tan misteriosa. Todos los niños la conocíamos por: “La habitación de la bruja”. Al preguntar a los vecinos del edificio, contaban que el ático consistía en una pequeña alcoba donde apenas podían caber: un catre, una mesa y algunas sillas. Pero lo que más nos estremeció fue conocer la historia de su último habitante. Nos causó bastante miedo el saberla pero eso hacía que nos atrajera aun más la idea de vigilarla por si pudiéramos encontrar allí algún fenómeno extraño. Nuestros mayores nos decían: -No subáis, que allí arriba vivía la bruja. Pero sobre todo, ellos lo que querían era evitar algún accidente por el peligro que suponía la empinada escalera.
La bruja se llamaba Aurora. Era una vieja, bajita, delgada y poco habladora. Su voz grave y seca. Se mostraba algo distante con los vecinos y ellos a su vez la respetaban aunque yo mejor diría que la temían. Cuando pregunté por su aspecto la descripción que se repetía siempre era: tenía cara de bruja y voz de bruja.
Aurora era viuda y aunque tuvo un hijo, vivía sola. Era muy pobre y el modo de ganarse la vida consistía en echar las cartas y también cuentan que practicaba la ouija para comunicarse con el más allá. A ella acudía a consulta o a sus sesiones de espiritismo gente de cualquier clase social. Por allí aparecían señores bien portados o señoras que deslumbraban con el adorno de sus joyas.
El hijo de Aurora solía ir a visitarla alguna que otra vez. También era muy pobre y estaba casado. Su esposa apenas tenía ropa para vestirse. Utilizaba un saco a modo de vestido, al que le practicaba unos agujeros en los lugares correspondientes para asomar a través de ellos la cabeza y los brazos, y finalmente conseguía ceñírselo a la cintura utilizando una guita como cinturón.
Aurora contaba a sus vecinos una historia increíble aunque ella insistía en ser verdadera. Decía que su marido, de apellido Colón, fue un descendiente de Cristóbal Colón. Sí, nada más y nada menos que del descubridor, pero que su familia había ido cayendo con los años en la más infinita pobreza. Nunca se pudo comprobar si esta historia tenía algún fundamento para ser cierta. Lo que sí sé es que cuando el hijo de Aurora murió, ocho años después que lo hiciera ella, a su entierro acudieron varias personalidades y se dejaron ver algunos señores vestidos con uniforme militar.
La vieja del ático falleció a finales de los años 40. Murió allí mismo, en su pequeña habitación, a la edad de ochenta años. Como no hubo dinero para pagar su entierro, tuvo que hacerse cargo de sus restos el propio Ayuntamiento, al igual que solían hacer con personas de su misma situación económica. Por eso mismo, se llegó a pensar de que aunque fueron a retirar su cadáver, el espíritu de la bruja permanecía allí, junto a aquellos seres venidos del más allá, a los que ella misma había invocado para comunicarse en sus sesiones. Cuando alguna vez escuchábamos ruidos extraños procedentes de allí arriba, al final de la escalera de madera, sentíamos miedo, aunque lo más probable es que fueran causados por ratones o algunos pájaros que habrían accedido a través de su única ventana que se encontraba siempre entreabierta.
La historia de Aurora, la bruja del ático, la conocieron muy pocos. Tan sólo los vecinos de la calle y algunos más del barrio. Quedó allí, sin dejar rastro, desaparecida en el tiempo, pero real para todos los que nos asomábamos a ese ático y aun seguimos estremeciéndonos al recordarla.

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